Romper el cristal



            Había concluido una apacible noche. El astro Rey se asoma, ardoroso, entre los escasos copos blanquecinos que pululan por el firmamento.  Presencian mis sentidos el nacimiento de un nuevo día.

            No era éste un día cualquiera, un calor sofocante se esparcía en el ambiente, algo no usual a tan tempranas horas.  Siguiendo mis impulsos, abrazo la calle; una extraña sensación me obliga a elevar la vista, observo y quedo en completo éxtasis. Una estrella púrpura desafiante, toma posesión del cielo en su inmensidad y lo engalana con tanta vistosidad de colores: ¡Jamás había contemplado nada igual!   Quise expresar mi admiración ante los seres que allí se encontraban, pero indiferentes ante mi asombro, no sentían la menor curiosidad.

            Era según ellos, sólo un día más; cada día era la prolongación del anterior… siempre cargando a cuestas un profundo dolor.   Me sorprendí por estos pensamientos  ¡Era mi percepción del entorno!

            Sin salir aún de mi desconcierto, pensando en su significado, proseguí en búsqueda de respuestas.  A pesar del refulgente Sol no se vislumbraba en parte alguna, sentimientos de ternura y amor por la vida. ¡Qué terrible frustración!  Todo era taciturno y hasta los pájaros habían apagado sus hermosos trinos.  Todo se tornaba pusilánime, como sin pasado ni porvenir.   Las personas habían perdido sus afectos y esperanzas, no demarcaban la diferencia entre vivir o morir.  Los árboles, buscando la vida, se erguían amarillentos, hacia las alturas; un riachuelo sediento, palúdico, competía con la existencia.

            Mis interrogantes aumentan a cada momento, me siento suspendida en el espacio y en el tiempo.  De pronto, una voz temblorosa, agonizante, se hace escuchar: -Este apocado planeta es La Tierra. Quise preguntar, no pude articular palabra alguna, las preguntas galopaban por mi mente como caballos desbocados, me fue imposible pronunciar palabra alguna.  Un silencio espectral reina en el ambiente.  Así las cosas, vagué sin rumbo definido.

            En medio de este marco de tristeza y pesadumbre caminé por las desérticas calles como quien transita por un cementerio, en los rostros de sus pocos habitantes se refleja la amargura del sin vivir.  Ellos, cual autómatas, cumplen sus obligaciones sin más incentivo que su presente, con el oculto deseo de no ver otro amanecer.

            En mi obligado recorrido grabo en mi mente cada escena que se presenta. A lo lejos, observo a un hombre de mediana edad sentando sobre lo que queda de un tronco seco. Me acerco, no parece darse cuenta de mi presencia; el hombre sostiene una amena charla con un minúsculo insecto que se posa sobre su mano: - Sí Juan José, poco a poco se apaga la vida donde todo era futuro y sueños de felicidad, ya no hay planes ni horizontes, todo está borrado-.

            Escuchando las expresiones tan crudas de aquel ser humano, me pregunto: ¿Qué puede haber pasado? ¿Por qué todo es apatía y sinsabor?   El hombre de mirada incierta, dirigiéndose al insecto prosigue: ¿Recuerdas los tiempos pasados, cuando todo era verde, todo era color?  El murmullo del río era sereno, tranquilo, como la noche estrellada.  Al alba, los pájaros revoloteaban presurosos llenando el ambiente de música y color. ¡Debes recordarlo Juan José. Porque eras crisálida y todo lo veías a través de tu transparencia!  Hoy nadie quiere recordar el pasado para no morir de tristeza al momento, yo que lo recuerdo, muero día a día; he aprendido a disfrutar del venturoso pasado para impedir que el nefasto presente me aplaste de una vez.

            El rostro de aquel hombre se ensombrecía al paso de su conversación: -Cada momento que pasa, Juan José, me atormenta la vida al recordar mi culpa por el cruel presente, ese inmenso deseo de explorar nuevos rumbos, de conocerlo todo, de avanzar a costa de lo inimaginable, ¿avanzar? Hacer proezas para creernos dueños del Universo.  Hemos arrastrado con nuestro egoísmo detestable a toda la naturaleza, la hemos condenado a un sin mundo, a no ser, ¡A perecer!  ¡Cuánta irresponsabilidad ha tenido la humanidad!  La Madre  Tierra está herida de muerte, la hemos conducido al final del camino, al abismo, al sin regreso, ¡Cómo pesa esta amarga verdad!

            Sin atreverme a preguntar aún, fueron respondidas todas mis interrogantes. ¿Qué inmenso vacío reinó en mi interior al percibir la terrible realidad! ¿Era yo culpable también? No quise buscar la respuesta; lo cierto era que me encontraba en el centro de esta incertidumbre, en plena destrucción de la naturaleza, de negación a la vida, producto de inconsciencias pasadas, viviendo un presente que no era el mío y en procura de un futuro cuyo dilema no me daría paz, vislumbrando un horizonte que no era el soñado por mí.

            Haciendo un gran esfuerzo, me atreví a imponer mi presencia, lancé un desgarrador grito que sólo fue gemido ante aquel ser humano, interrogando: ¿Quién es usted? ¿Por qué se expresa así? 

            Aquel hombre encorvado, levanto su ancha frente plasmada con los surcos del avance del tiempo, en sus ojos se rememoraba la profundidad del infinito, el sufrimiento de siglos y una punzante verdad:  ¿Qué quien soy, preguntas? ¡Ya no soy!  Represento la iniquidad, el desafuero, el capricho; papel que represento en memoria de la raza humana.

            Aturdida totalmente por su inesperada respuesta, se arremolinan mis pensamientos, quedando en completo éxtasis: Cruzan por mis recuerdos arremolinadas  imágenes del ayer: Bosques, mares, ríos, llanuras, montañas,  selvas y desiertos; pájaros, peces, mamíferos e insectos, todos de mil colores, alimentando con su vitalidad el espíritu insaciable de los humanos. ¡Todo se ha perdido! –Repliqué- ya no hay mariposas ni turpiales, no hay caballos ni sabanas, manantiales, ni lagunas, y la inmensidad del mar, de los océanos, ¿Dónde está?

¿Qué pudo haber pasado? ¿Por qué tanta destrucción?, ¡Qué triste la vida así!

            El hombre ante mis interrogantes, inquieto, blandiendo contra mí su mirada indefinida, con visos de haberse anidado en él la compasión, musitó: -He compartido y disfrutado tus pensamientos, ¡Qué hermoso era nuestro paraíso! El águila, imponente, era dueño de las alturas; las gaviotas gráciles, coqueteaban con la espuma del turbulento mar. Hoy sólo queda el radiante y poderoso astro, que cada día nos alerta lo cerca que está el final, sus voraces rayos nos indican la proximidad del ocaso para la vida sobre el planeta.

            Un frío mortal estremeció mi integridad.  Interpretando todo aquella que estaba viviendo, la cruel verdad inverosímil del cercano final, insurgente mi espíritu, se dispone a la confrontación; El hombre alza la palma de su mano, se dirige a su compañero con estas palabras:

-Así Juan José, solamente tú y yo, esperando el forzado destino, hubiese sido mejor que te quedaras crisálida-

Lo escucho y digo: -Oiga señor, estoy aquí-

Con gesto compasivo alarga su huesudo brazo y contesta para sí mismo:

-Tú eres el reflejo del pasado, una sombra que se yergue acusadora en la incertidumbre-.  Hoy no somos pasado y jamás seremos futuro. Nuestra especie sembró la anarquía en el planeta, devoramos implacables sus entrañas, sin pensar que su muerte era también la nuestra; el precio a pagar es la nada, la aniquilación total.  La gran bola dorada no es el símbolo de la vida como en el ayer, sus rayos son espadas morales que atraviesan el presente ya que nuestros congéneres destruyeron al gran escudo azul que lo protegía; hoy sus rayos son dardos quemantes que apagan todo vestigio de vida.

            Con estas acusadoras reflexiones, sin apartar la triste mirada de la palma de su mano en la cual lánguido, se encontraba Juan José, se dispone el hombre con los siglos a cuestas, a reanudar su confuso camino.  Le grito, le imploro, le digo que existo, que soy un ser humano. Él, impasible, continúa su pesada marcha.

            Inmersa en la gran soledad que me cobija en la nada, me digo: ¿Será que no existo? Qué sólo soy esencia, una sombra perturbadora como dijo el hombre.  Me resisto a responder afirmativamente.  De lo más recóndito emerge mi incredulidad:

¡Sí soy!  Me digo con hidalguía y exclamo al infinito: -Soy el presente de la raza humana, su testimonio, soy indeleble, por eso lucharé contra el conformismo y la pasividad que reina en este lugar; ¡No seré el desdecir de mi especie!

            Al escuchar mi tono angustioso pero al mismo tiempo desafiante, el hombre detiene su marcha y responde:

-De nada servirá tu arrojo, es el final. ¡Ah, si pudiese volver atrás!  Si pudiese explicar a los humanos del pasado los acontecimientos y consecuencias para el futuro que depara la irracionalidad de no respetar, explotando sin medida a la naturaleza, ¿Qué feliz sería! –Oye, un momento- ¡Tú si puedes hacerlo!, ¡Rompe el cristal!, debes lograr que se detengan, que no prosigan su escalada destructiva, que los humanos busquen la armonía, el equilibrio para impedir la desolación. De ti depende esta funesta realidad o la búsqueda de un futuro promisorio para la humanidad. Por la vida, ¡Rompe el cristal!

            De nuevo una gran confusión embarga mi ser, ¿Qué quiere decir? Sin entender su mensaje pero comprendiendo que en sus palabras se dibuja la esperanza, le pido explicación, lo persigo, nada puedo hacer, ya se pierde en la distancia.

            Dudas y un gran vacío se ciernen sobre mí. Busco serenarme con la intención de descifrar el mensaje. Hurgo en mis recuerdos y aflora un verso del ayer:

“…Cuando el palpitar inquietante del amor no se exprese,
¿Quién estará a tu lado para animar los días?
¿Quién cobijará en su regazo, tu anímico espacio…?

            Mi esotérica soledad queda al descubierto.  No hay nadie a mi lado…pero hay esperanza.  Debo enfrentar la cruda e inmisericorde realidad sin más armas que el inmenso amor que siento por la vida en todas sus expresiones, por la humanidad y por el generoso planeta que anhelo volver a ver con toda su gama de luces y sustancias.

            El cristal, ¿cuál cristal? ¿Qué quiso decir el hombre?  Me desespero, no puedo más, siento que me ahogo, no puedo gesticular. Un oscuro torbellino envuelve mi ya agotado cuerpo, me arrastra hacia su centro. ¡No puedo resistirme! Incapaz de luchar, me dejo llevar… ¿Será éste mi ocaso? Mi débil cuerpo cae vertiginosamente por un oscuro cráter. ¡No puedo hacer nada, mi fin se consuma! Estoy llegando al fondo, ¡Me estrello!   Lanzo un grito ensordecedor… ¡No quiero morir sin combatir, reclamo una oportunidad!

            Jadeante, sudorosa…abro los ojos.  Estoy bien. Comprendí el mensaje del hombre, que es la conciencia; ¡Logré Romper el Cristal!; he regresado al pasado que es mi presente: ¡Voy a luchar por la vida! 

Por Judith Hernández B. (2009)

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